Momento de reflexión

jueves, 4 de julio de 2013 Dejá un comentario

Sebastián Perasso analiza la actualidad de todos los seleccionados argentinos.

Como nunca antes, nuestro rugby cuenta con más ingresos y una mayor organización y planificación.

La arcas de la UAR destinan al alto rendimiento sumas de dinero realmente impensadas hasta hace poco tiempo atrás. No obstante, el juego y los resultados de los diferentes representativos nacionales no han cubierto las expectativas de la mayoría. Para graficar lo antedicho bien vale un pequeño repaso.

Nuestros Pampas cayeron en cuartos de final frente a los Steval Pumas por 44 a 37 y se despidieron del torneo con una actuación con sabor a poco. El equipo mostró el espíritu ofensivo que lo identifica y practicó un rugby de muchas fases, pero sucumbió en la faz defensiva desnudando grandes fallas tanto individuales como colectivas. En ningún partido logró conservar su ingoal invicto y recibió 210 puntos en contra (26,25 puntos de promedio) y 30 tries (3,75 tries de promedio).

Los Pumas, por su parte, cerraron la ventana de junio descuidando las bases del rugby argentino y demostrando que sin buenos inicios del juego y sin su característico tackle, es imposible acercarse a actuaciones convincentes.

El equipo de seven, en tanto, también dejó muchas dudas e interrogantes. La derrota frente a Samoa en la semifinal de la Copa de Plata puso punto final a su participación en el Mundial de la categoría en Rusia. Un desempeño poco acorde con las expectativas previas teniendo en cuenta la exhaustiva preparación del equipo en Pensacola.

Quedó demostrado una vez más que el mejor acondicionamiento físico sucumbe y se desvanece si prevalecen los arrestos individuales por sobre un ataque organizado.

El equipo argentino lució apresurado y errático en muchos pasajes y en un juego como el del seven (de mucho espacio pero poco tiempo), está claro que un conjunto descontrolado está muy lejos de acercarse a su mejor versión.

La única excepción a esta cadena de sinsabores estuvo a cargo de Los Pumitas, porque mas allá de cuestiones numéricas (finalizó sexto) fue un equipo reconocible, que lució su temperamento y mostró buen poder ofensivo. Dentro de ese contexto, obtuvo buenas victorias frente a Escocia, Samoa y Australia.

Haciendo un análisis global y al margen de los resultados deparados, el juego de los equipos argentinos quedó en deuda y decepcionó en mayor o menor medida.

Los Pampas y su endeble defensa; Los Pumas y su déficit en el scrum, y el seleccionado de seven y su falta de pausa y autocontrol.

Es imposible aspirar a un rugby integral si las bases del juego no están solidas; es una utopía que un equipo argentino pretenda prevalecer si no se hace fuerte en la defensa y el juego agrupado. Es poco imaginable el éxito de un conjunto argentino si luce desorganizado.

Posiblemente por las ansias de crecer e incorporar nuevas facetas al juego “las banderas” del rugby argentino hayan sido descuidadas. Surge entonces la imperiosa necesidad de restablecer las fortalezas perdidas.

Todo equipo que pretenda tener cierto suceso tiene la necesidad de hacerse fuerte en algún aspecto del juego. Necesita de una “nave insignia” que lo identifique, de una “bandera” o de un “símbolo” que pueda servir de sustento y orgullo, que sea motivo de valoración propia y preocupación ajena.

En ese sentido, nuestros Pumas tienen una larga historia detrás. Desde 1910 hasta la fecha han ganado, empatado y perdido en 387 partidos disputados; han conseguido victorias épicas y también derrotas abultadas. No obstante, siempre izaron las banderas del tackle y el scrum como estandarte.

Ese ADN Puma no surge de manera casual, sino como consecuencia del marco histórico en el que creció y se desarrolló el rugby argentino. Ante la dificultad de prevalecer contra los grandes equipos, Los Pumas debieron apelar a sus propias armas. Los contrarios nos superaban en destrezas y en potencia física, por lo que el conjunto argentino debió recurrir a un scrum dominante y a un tackle fulminante para detener tanta superioridad.

De allí que esas fortalezas de nuestro rugby son innegociables, mas allá de la lógica y plausible intención de querer incorporar muchas más cosas a nuestro juego.

Crecer sin perder nuestras banderas debería ser el desafío. No tengo dudas de que el rugby argentino tiene la capacidad, las herramientas y los recursos humanos para poder lograrlo.

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