Porta: “El rugby es de los niños y de los clubes”

lunes, 5 de marzo de 2018 Dejá un comentario

El legendario apertura argentino comparte mesa y reflexiones con el medio español "A la Contra" sobre su vida, el profesionalismo y el futuro del rugby.

El mundo está lleno de renglones torcidos y casualidades cósmicas. En 1971, después de unos partidos terroríficos en Sudáfrica, los dos aperturas de los Pumas llegaron “lastimados” a Buenos Aires. Argentina afrontaba el Sudamericano en Montevideo y el seleccionador Ángel Guastella trató de resolver el problema poniendo de 10 al chico que tenía más a mano, un tal Hermida. “Hermida, ¡venga acá!”, gritó al pibe en el entrenamiento. Pero Hermida estaba en la otra punta de la cancha y no se enteró. Le insistió sin suerte un par de veces más y ante la desidia del interpelado, Guastella agarró a Porta, un joven medio melé que tenía en ese momento cerca, y disparó: “Porta, ¿se anima de 10?”. El resto ya es historia y la cuenta como nadie Jorge Búsico en su libro Ser Puma. “¿Conocés a Búsico?”, dispara. Le respondo afirmativamente y “a Ezequiel Fernández Moores, a quien rescaté en Madrid para ver la semifinal del último Mundial de 2015”. “Jorge es un grandísimo periodista y nadie escribe como Ezequiel”.

Porta debutó ante Chile el 11 de octubre de aquel año y ya nadie le pudo sacar el puesto. Ni el despistado Hermida, al que tanto debe el rugby, ni Harris-Smith, el apertura titular, que tenía un gimnasio al que Porta iba cada día a ganar músculo para hacerse fuerte y salir airoso de la ferocidad de los flankers que le cazaban en los partidos. “De todos contra los que jugué recuerdo especialmente a Skrela y Rives. ¡Terribles los franceses!”, advierte.

Hugo Porta (Buenos Aires, 11 de septiembre de 1951) es un tipo empático. Se maneja con naturalidad ante la cámara del fotógrafo por las calles de Madrid el jueves más lluvioso del año mientras se interesa por un adaptador que el reportero gráfico luce en su equipo, un dispositivo que le permite utilizar viejas lentes en su cámara digital. “¡Uuuuh qué bueno está eso! ¿Dónde puedo adquirirlo? Tengo decenas de lentes en casa y me interesa. Soy un enamorado de la fotografía”, le confiesa metiéndose en el bolsillo al cámara. Porta tiene porte y maneras de gentleman, un hombre culto que habla sin dificultad varios idiomas. Mucho más que una celebridad rugbística, que también lo es. Consejero de cierta confianza, por más que él lo rebaje con humildad, de Nelson Mandela, al que regaló una Mont Blanc un día que el presidente se quedó sin bolígrafo, y junto al que lloró como un niño en otra ocasión tras escuchar los himnos sobre el césped en un Sudáfrica-Argentina.

Pese a su educado y elegante porte, Hugo está muy lejos de ser un tipo diplomático. Vive como jugaba. Va y va. “Yo jugaba en toda la cancha. Antes el 10 recibía la pelota en cualquier parte y hacía lo que se le ponía en la punta… El 10 y cualquiera. Pensábamos. Leíamos el contexto de juego y actuábamos en consecuencia. Hoy los jugadores juegan en un palmo de terreno del que no deben salirse porque el entrenador de vídeo le has dicho una cosa, el de ataque otra, el de pateo una más… Y así es imposible. No pueden tomar decisiones. Son un eslabón de una cadena”, apunta con resignación. “Encima ahora tienen al del banderín, que se quiere hacer notar, o al que está viendo la televisión, que tiene que recordar que está allí. Y así es imposible. A mí me daban duro los 6 y 7 rivales, pero aprendí a defenderme. Yo sabía cuidar de mi mismo. Eso es el rugby. Recuerdo que el inventor de la bajadita, un entrenador maravilloso que se llamaba Catamarca Ocampo, cogía la pelota con una mano y mostrándola a todos los chicos les decía: ‘¿Qué ven aquí?’. Obviamente le decían ‘una pelota’ y él respondía: ‘No, chicos. Esto es la vida. Aquí dentro hay alegrías, tristezas, compañeros, rivales, enemigos, aprendizajes, amigos, felicidad, triunfos, derrotas… Esto es la vida”.

Hugo Porta práctica un pesimismo educado a la hora de hablar del rugby actual. “Nosotros jugábamos por la camiseta. Dos o tres partidos al año. Ahora no digo que no le pongan sentimiento a jugar con los Pumas, pero juegan diez partidos al año y hay plata de por medio. Es sencillo. Para mí los que juegan con los Pumas debían pagar en lugar de cobrar. Porque jugar con los Pumas te da un status como jugador que duplica o triplica tu sueldo en los clubes de Europa. Así que deberían pagar y el dinero que se necesita para pagarles lo invertiría en los clubes, que son el verdadero elemento dinamizador del rugby de un país. En Argentina, en España o en Zimbawue. No creo en las soluciones universales que se proponen desde los despachos porque no muestran sensibilidad con la identidad de cada país. En Argentina el rugby es amateur y lo debe seguir siendo porque está en lo más profundo de nuestras raíces y nuestro convencimiento. En Samoa es un juego, porque ellos tienen un sentido lúdico de la pelota diferente a lo que proponen por ejemplo en Sudáfrica”, reflexiona el mago de Banco Nación.

Hablando de sensibilidades, aparece, inevitablemente, el tema de los Jaguares. “Me preguntan mucho por ello y les diré algo: a mi no extraña lo que está pasando con ellos. Los Jaguares son un producto de la profesionalización del rugby. No son un club ni una selección. Los Jaguares no tienen alma. Son un grupo de jugadores que se reúnen por plata a medirse a otros grupos formados de forma parecida. Y es normal que los clubes comiencen a negarse a ceder a la franquicia a jugadores que han formado durante años para que defiendan su camiseta. Hay un sentimiento de pertenencia. Yo voy los sábados al club a pasar la pelota con los pibes. Yo soy de Banco Nación y de donde estudié, del colegio La Salle. Así lo siento”, y me permito, insolente de mi, apuntarle que ya somos dos los estudiantes de La Salle en la mesa, lo que saluda con un cálido abrazo.

Retomamos la conversación con el siguiente escalón: los Pumas. “Son otra cosa. Me da pena ver cómo los Pumas, que son una marca en la que se trabaja por el éxito y para hacerla crecer, encadenan groseras derrotas. Me gusta Hourcade porque creo que devolvió al equipo la intención de jugar en cualquier parte del campo, pero es difícil disociar que hoy jueguen por plata. ¿En qué momento un jugador va a arriesgar tu puesto en la selección y la plata que eso te reporta haciendo más trabajo del que tienes asignado? Lo que no compro es el cuentito ese de que vamos a ganar a Nueva Zelanda. ¿Lo veré antes de morirme? Espero que sí, pero desde luego no parece que sea ahora”.

Porta jugó en la selección durante dos etapas. Y lo recuerda con cierta amargura: “Me equivoqué regresando a los Pumas. Yo debí haberlo dejado después de aquel partido con Banco Nación. Pero me pudieron las ganas de volver a vestir la camiseta de los Pumas”. No obstante, su cara se ilumina instantáneamente al recordar aquellos viajes “por Nueva Zelanda en tres avionetas porque había aeropuertos donde no aterrizaban los aviones. Recuerdo una vez que llegamos a Rotoura, y se celebraba un torneo de netball femenino. ¡Imaginá el quilombo! O los viajes por Sudáfrica y Australia. Terminaba el partido y nos íbamos a tomar con los rivales. Hacíamos verdaderas amistades que a día de hoy mantengo”, afirma con orgullo.

Su grado de responsabilidad le llevó a asumir tareas de gobernanza después de colgar las botas. Entre 1996 y 1999 ejerció el cargo de Secretario de Estado de Deportes de la Presidencia de la Nación. “Fue una época linda, pero no fue fácil. Cuando ingresas en el cuerpo de funcionarios, aunque no quieras, pierdes contacto con la realidad porque te engulle la burocracia. Recuerdo que cuando dejé el cargo, salí a pasear con un amigo por Florida, una calle peatonal de Buenos Aires, y le dije: ‘Ahora la gente ya no se me acerca ni me habla. Mi etapa en la secretaría de Estado me ha alejado de la calle’. Y entonces vimos de lejos a un mimo de esos que está quieto. Vi que el tipo me puso foco, pese a estar parado, y al pasar a su lado me dijo: ‘Porta, no se muera nunca’. Y recuerdo que mi amigo me dijo: ‘¡Viejo, si te hablan hasta las estatuas!…”. Resuena la risa contagiosa de Hugo en el comedor.

Repasando el rugby actual, ve a “los All Blacks un escalón por encima de todos. Ellos andan siempre por delante, están en otra cosa. El juego va hacia lo que ellos llevan años proponiendo. El rugby se ha convertido en un deporte muy físico y se ha arrinconado el talento. Pero fijáte que lo kiwis sí apuestan por el talento, por mantener la pelota viva siempre y jugar desde cualquier punto del campo. Sudáfrica siempre vivió más del físico y ahora que todos han crecido físicamente, a ellos nos le da para ganar. Y Australia siempre se apoyó en el rugby XIII para hacer competitivo su juego. Nosotros estamos ahí, ya veremos hacia donde vamos. Del norte miro con curiosidad a Eddie Jones, que demostró ser muy inteligente con Japón. Y a los irlandeses, que son los argentinos de Europa por su forma de ser y entender el rugby. ¡A Francia la ves y no se puede creer! ¡Tipos que no saben que hacer con la pelota, con lo que han sido los franceses!”.

Comienza a ser trabajoso acabarse el cocido de Casa Carola, que según advierte el cartel de la entrada se toma “en tres vuelcos”. ‘Crouch, bin, set’ le disparó medio en broma y ríe sonoramente otra vez. “Oiga, ¡cómo viven ustedes acá en España! ¡Qué lindo!”. Precisamente España es el siguiente lugar común por el que transita la conversación. “No soy yo quien para dar ninguna directriz, pero el rugby es de los pibes. Eso es una pirámide y hay que trabajar la base no la cúspide. El rugby de un país es el rugby de sus clubes. Y quien no lo entiende vive de espaldas a la realidad”, argumenta en una reflexión parecida a la que realizó hace un año aquí mismo Agustín Pichot, con el que Porta mantiene una relación fría, por decirlo diplomáticamente.

Hugo retoma apasionadamente la palabra en la puerta del restaurante. “Por favor, díganle a los entrenadores de rugby de los chicos que les enseñen a ser buenas personas, a hacer amigos, a divertirse. Si no placan o la pasan mal, no pasa nada. Eso se entrena. Pero enseñen a los niños a hacer amigos, a disfrutar y explíquenles que el rugby es un juego en el que se gana y se pierde. Y no es malo perder porque te enseña cosas sobre ti mismo. En el rugby lo más importante es pensar, escuchar y divertirse. No intentemos fabricar jugadores de rugby. Eso llega luego porque todos queremos ganar y más cuando tienes el sentido de pertenencia de un equipo, la camiseta del club que vistes y tienes a tu lado a unos compañeros que son tus amigos, tu familia. Pero antes que jugadores somos personas. Jamás podré devolver al rugby lo que me ha dado y los amigos que tengo repartidos por el mundo”.

Enfilamos Príncipe de Vergara sorteando charcos en medio de las bromas de Hugo, que anda dando vueltas a la vieja idea de escribir un libro. “Me voy a ofrecer a la Unión de Rugby de acá para venir gratis seis meses. ¡Cómo viven ustedes! ¡Qué lindo es Madrid!”, repite. Se despide apretando la mano fuerte, mirando a los ojos y preguntando por una tienda de fotografía (lo del adaptador de la cámara iba en serio). Y deja una última frase que resume la persona entrañable que es: “Un amigo para lo que quieran”. Nunca podremos agradecer lo suficiente a Hermida su despiste. ¡Gracias, Hermida! Allá donde esté, el rugby le debe una pinta.



Por Fermín De la Calle - www.alacontra.es

3 comentarios »

  • José Ignacio said:  

    Se equivoca en atacar a los jugadores, en lo demás tiene razón.

  • Anónimo said:  

    ídolo!!!!!!!!! las palabras justas.

  • Alejandro Eduardo Marenco said:  

    En esa nota menciona a Juan Hermida quién jugase en Ledesma y falleciera en Enero de este año.

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